viernes, 6 de enero de 2012

Pienso demasiado, no bien ni mucho, sino demasiado. Eso quiere decir que voy de pensamiento en pensamiento sin entender el escalón anterior, voy subiendo una escalera cada vez más incomprensible ya que cada vez pierdo más la pista de cuál era el primer escalón, del cartel que me decía a dónde quería subir. Así he llegado a esta tontería que pongo ahora, por lo que no hará falta hacer genealogía ni buscar el origen, simplemente será algo arrojado.

La vida es estar en la brecha. En la brecha entre uno mismo y los demás, la soledad y el amor, la felicidad y la tristeza. Lo que suele decirse, la vida es lo que nos ocurre mientras hacemos otros planes, eso es. Si se piensa demasiado el tiempo de decidir pasa mientras se piensa lo que queríamos hacer.

Hacer planes sí. Por eso mismo, el entender que estamos en la brecha, quita importancia a todo lo demás, lo bueno y lo malo. Da nuestra circunstancia, la observación tiene carga teórica, si la dejamos a un lado, seremos epicúreos, o incluso buda. Así, las cosas simplemente pasan, no nos pasan, ni nos las hacen.

Quede esto así, deshilachado, huérfano, simplemente en la brecha, en la trinchera entre lo que queremos y aquello de lo que huimos.